La industria y el comercio de la lana
Desde la Baja Edad Media, la salida de las materias primas y manufacturas hacia los distintos circuitos comerciales se llevaba a cabo a través de angostos caminos de herradura como el de los pilones. Este trayecto conectaba las poblaciones de las altas sierras de Gúdar-Maestrazgo en las que existía una intensa producción de lana.
La lana del Maestrazgo

El sector económico más importante que se desarrolló en el Maestrazgo en la época bajomedieval y moderna fue el agropecuario. La existencia de grandes rebaños de ovejas, debido a la concesión de privilegios especiales y concesiones a los ganaderos, permitió la producción de grandes cantidades de lana que se exportaban hacia las potentes industrias textiles de distintas ciudades del Mediterráneo Occidental, en Francia, Italia, Países Bajos e Inglaterra principalmente.
Así, el desarrollo de la industria y especialización textil del territorio que se desarrolló paralelamente estuvo condicionada por la propia orografía de la región, habiendo grandes núcleos productores junto con pequeños centros de producción dispersa. Las duras condiciones climáticas del invierno hicieron que los habitantes de la región aprovecharan el excedente de lana para producir, en los meses más fríos, diferentes productos como paños, bayetas, cordellates o estameñas en sus telares. Más tarde, en los meses más cálidos, dichos productos se comercializaban en una amplia zona geográfica.
De este modo, la industria textil fue una actividad importante que posibilitó, en ciertos períodos, el florecimiento demográfico de la región en mayor medida que el que hubiese permitido una economía tradicional agropecuaria.

Los centros de producción textil
En el Maestrazgo existían distintos centros de producción textil localizados en las poblaciones diseminadas por el territorio, con gran cantidad de personas dedicadas a esta industria. En algunas poblaciones existían gremios específicos de pelaires y tejedores, cada uno con su propia organización y regidos por veedores y clavarios, personas que se dedicaban a controlar la producción, la calidad y los precios de los productos.
En Villarroya de los Pinares, en 1582 el rey Felipe II concedió un privilegio a los pelaires y tejedores de la localidad, fijando los oficios del gremio. Cada uno tenía su propia organización y estaban bajo las advocaciones de Nuestra Señora de la Expectación del Parto y de Santa Lucía, con festividades los días 13 y 18 de diciembre. Para el servicio de ambos gremios había un batán trapero en el río Guadalope.
Además de la venta a particulares, también se hacían encargos para la milicia. De hecho, a lo largo del siglo XVIII se encargaron a los pelaires y tejedores de Villarroya de los Pinares diferentes piezas para el vestuario de las tropas del ejército.

Una sociedad a caballo entre el medievo y la edad moderna
En los primeros tiempos tras la conquista cristiana, en el territorio del Maestrazgo se empieza a configurar una sociedad en la que el grueso de la población son campesinos, que se dedican a la explotación de tierras y ganados. Junto con ellos, existen artesanos y mercaderes que se especializan en producción y comercio de lana y tejidos, notarios, eclesiásticos y familias de la baja nobleza.
Las élites rurales poseen importantes propiedades agrarias y controlan la explotación directa de la ganadería ovina, compaginando dichas actividades con el comercio de tejidos y préstamos de dinero a interés. La crisis sufrida entre mediados del siglo XIV y finales del XV debido a los períodos de carestía, brotes de peste y guerras, produce un importante descenso demográfico en la región. A partir del siglo XVI se inicia una nueva etapa de bonanza, en la que algunos miembros de las oligarquías locales construirán los imponentes palacios que se conservan en los monumentales cascos urbanos de las localidades del Maestrazgo.

Viajando por caminos angostos
Las altas sierras de Gúdar-Maestrazgo eran un lugar de paso para numerosos productos. En la zona se producía trigo y lana, y se transformaba esta última en productos manufacturados. Todo ello se exportaba hacia otros lugares desde los cuales se obtenían productos de los que la zona carecía. Así, este sistema generaba un importante tránsito de personas, mercancías y animales. Los viajes por estos trayectos se realizaban a pie o con animales de carga. Por su robustez, tamaño y resistencia, se solían utilizar mulas (cruce entre una yegua y un burro o asno), animales que eran conducidos por profesionales del transporte o por personas que alternaban esta actividad con otras.
Estos trayectos no estaban exentos de riesgos. De hecho, uno de los más temidos la existencia de bandoleros, salteadores de caminos y hombres de mala vida que dificultaban el tránsito entre unos pueblos y otros.
El bandolerismo fue especialmente intenso entre el siglo XVI y XVIII en estas zonas de montaña, situación que obligó a declarar un estado de excepción para las Baylías de Aliaga, Cantavieja y Castellote, donde se aplicaron penas más duras que las del fuero aragonés.
En los documentos conservados se hace mención especial al bandolerismo, vagabundeo y formación de cuadrillas por montes y caminos. Se castigaba también a quienes fabricaban, vendían o reparaban las armas para los bandoleros o les daban alimentos, excepto los que lo hiciesen forzados y diesen cuenta al Justicia o Jurados de la Villa.
Los grupos de bandoleros estaban compuestos de aquellos más desfavorecidos, campesinos pobres o personas poco integradas en la sociedad. El bandolerismo proliferó en momentos de baja producción agrícola y en períodos de guerra y conflictividad y afectó especialmente a zonas de complicada orografía, rutas comerciales y zonas de frontera donde refugiarse.
Bibliografía
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